La historia de los grandes imperios está llena de errores. Cuando se escriba la de Estados Unidos tendrá que incluirse el desprecio de ese país por su vecino del sur. Porque resulta una equivocación lo que están haciendo al agraviar a un amigo, socio y aliado como es México. En lugar de profundizar los lazos económicos, políticos y sociales, el Congreso estadunidense está enviando un mensaje ominoso a los mexicanos: “no los queremos, quédense allá, los despreciamos, vivamos separados por un muro inexpugnable vigilado por un ejército de agentes y aviones no tripulados”.
Los estadunidenses están en su derecho de impedir que se vayan a vivir a ese país gente de otras nacionalidades. Pero este problema no se resuelve con un muro (“cerca” le llaman ellos para evitarse la vergüenza). Por el contrario, con la decisión de erigir una frontera amurallada y vigilada por miles de hombres y máquinas, Estados Unidos pierde credibilidad como una nación de valores democráticos liberales, base fundamental de su retórica imperial.
En 1987, el presidente Reagan, ícono de la derecha estadunidense, ésa masa de hombres blancos que se sienten amenazados por la globalización, viajó a Berlín. En la Puerta de Brandenburgo, frente al Muro que separaba al mundo bipolar, dijo: “Damos la bienvenida al cambio y la apertura; porque creemos que la libertad y seguridad van de la mano, que el avance de la libertad humana sólo puede fortalecer la causa de la paz mundial. Hay una señal inconfundible de que los soviéticos pueden hacer, que avanzarían dramáticamente hacia la causa de la libertad y la paz. Secretario general Gorbachov, si busca paz, si usted busca la prosperidad de la Unión Soviética y Europa Oriental, si busca la liberalización, venga aquí a esta puerta. Sr. Gorbachov, abra esta puerta. Sr. Gorbachov, derribe este muro”.
Discurso histórico basado en la idea de que Estados Unidos es el poder imperial que defiende los valores de la democracia-liberal. Y ahora resulta que ellos mismos son los que construyen su muro. Cómo me encantaría que el presidente Peña fuera a Tijuana, se parara frente al muro fronterizo, y dijera: “Presidente Obama, si busca paz, si su pueblo de verdad cree en la dignidad, en el avance de la libertad humana, venga aquí, derribe este muro y trabajemos juntos a favor de la prosperidad económica de nuestras dos naciones”. Eso es lo que me gustaría que dijera mi gobierno, el mexicano, frente al agravio estadunidense de dividirnos con un enorme muro que, por cierto, va a costarles miles de millones de dólares.
Insisto: Estados Unidos está en su derecho de combatir la inmigración ilegal. Pero se equivoca al pensar que lo logrará duplicando la cantidad de agentes de la Patrulla Fronteriza, extendiendo el ignominioso muro fronterizo en mil 100 kilómetros e invirtiendo 30 mil millones de dólares en drones, radares y monitores. En realidad todo esto lo están haciendo para conseguir el voto de la derecha republicana a favor de la reforma migratoria de Obama. A fin de quedar bien con los latinos en Estados Unidos, desprecian a los mexicanos que vivimos de este lado de la frontera.
La pregunta que debemos hacernos los mexicanos es qué hacer frente a este desprecio estadunidense. Más allá de protestas diplomáticas o pronunciamientos retóricos, me parece que la mejor manera de contestarle a Estados Unidos es haciendo todo lo que está en nuestro poder para mejorar nuestra economía, de tal suerte que se reduzca la brecha en el ingreso entre las dos naciones y los mexicanos ya no tengan que irse a buscar las oportunidades económicas que no encuentran acá.
Si nos desprecian, demostremos que se equivocan: que ellos pierden más de lo que ganan al poner muros e impedir que lleguen a su país mexicanos honestos que se parten el lomo trabajando de sol a sol. Que se queden sin esos trabajadores que son la base de sectores económicos tan importantes como la agricultura, la construcción y la hotelería. Eso implica generar los empleos aquí abriendo oportunidades de hacer buenos negocios acá. Esa sería la mejor respuesta frente a la infamia de poner un muro entre dos naciones supuestamente amigas.