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Rafael Correa (izquierda) y Mahmud Ahmadineyad, la semana pasada en Teherán |
La opinión que el presidente de Ecuador, Rafael Correa, tiene sobre el programa de enriquecimiento de uranio de Irán puede que no sea tan decisiva para la comunidad internacional como la de otros países. Sin embargo, que el mandatario ecuatoriano dijese, durante un viaje oficial de cinco días a Teherán la pasada semana, que no estaba de acuerdo "con la idea de que únicamente unos pocos países puedan tener energía atómica para razones específicas, incluso para la guerra", supuso otro balón de oxígeno para su homólogo Mahmud Ahmadineyad, que ha encontrado en algunos países de América Latina el respaldo que se le niega en otros lugares.
Desde que Ahmadineyad llegó al poder en 2005, las relaciones entre Irán y América Latina, especialmente con Venezuela, Nicaragua, Ecuador y Bolivia, se han intensificado notablemente. Tanto el líder iraní como su ministro de Exteriores, Manucher Motaki, han viajado en varias ocasiones a la región y han recibido a los mandatarios latinoamericanos. En todas las reuniones se han prodigado gestos de afecto y buenas palabras y, en teoría, se han acordado grandes proyectos bilaterales.
América Latina sigue, a pesar de todo, ausente del comercio exterior de Irán. Aun así, hay motivos para que ambas partes estén contentas: la República islámica consigue que su mensaje cale en lo que en su día se denominó el patio trasero de Estados Unidos, y los Gobiernos más populistas de la región logran inquietar, con su apoyo a Ahmadineyad, a la gran potencia del Norte.
"La lógica que se ha impuesto es la de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo", explica Carlos Malamud, investigador principal de América Latina del Real Instituto Elcano, que considera la intensidad de las relaciones "más de cara a la galería que en la práctica. Aunque no se puede obviar que el comercio bilateral ha aumentado, las cifras siguen siendo muy modestas", opina Malamud.
Que los acuerdos comerciales no alcanzan la importancia de los diplomáticos quedó demostrado en la reciente visita de Correa a Teherán. El mayor logro del presidente ecuatoriano, durante los cinco días que permaneció en la capital iraní, fue la concesión de un crédito de 40 millones de dólares -según el viceministro de Comercio Exterior ecuatoriano, Eduardo Egas, finalmente ascendió a 120 millones-, y la creación de otra línea de crédito de 80 millones de dólares. Más inquietante puede resultar el compromiso de Teherán de colocar radares iraníes en la frontera con Colombia.
Venezuela, a la cabeza
El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, sirvió de "abrelatas", según Malamud, para el resto de países de la región que están en su órbita. "Sin Venezuela, los vínculos tan fuertes con Irán no hubieran sido posibles", agrega. Aunque la relación entre ambos países no es nueva -son dos de los principales productores de petróleo del mundo-, ha sido bajo el mandato de Chávez cuando se ha abierto una ruta aérea comercial entre Caracas y Teherán, vía Damasco.
Además, Venezuela fue, en septiembre de 2005, un mes después de que Ahmadineyad alcanzase el poder, el único país que votó contra la resolución que permitía remitir el programa nuclear de Irán al Consejo de Seguridad, durante una reunión de los gobernadores del Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA).
La ruta bolivariana abierta por Chávez propició que Teherán, en dos años, apoyase los programas de salud de Bolivia, que se ofreciera a desarrollar la industria farmacéutica de este país, que se comprometiera a financiar la construcción de cerca de 10.000 viviendas en Nicaragua, y que acordase con Caracas, en julio de 2007, invertir unos 4.000 millones de dólares en la Faja Petrolífera del Orinoco, entre otros proyectos. No sólo la izquierda radical se ha mostrado interesada en mantener nexos con Irán. El pasado mes de noviembre, el canciller brasileño, Celso Amorim, trasladó a su homólogo iraní la invitación del presidente, Luiz Inácio Lula da Silva, a Ahmadineyad para que visite Brasil.
Escasa exportación
A pesar de los continuos viajes de unos y otros, de las aperturas de embajadas -Bolivia cambiará su sede diplomática de El Cairo por una en Teherán-, de los apretones de manos y las fotografías de hermandad, aunque no se puede obviar un acercamiento iraní, lo cierto es que las cifras económicas son muy modestas.
Latinoamérica apenas tiene cabida en el mercado exterior iraní. En 2005, el año en que Ahmadineyad se convirtió en presidente de la República Islámica, el país exportó 56.252 millones de dólares en mercancías, según datos de la Organización Mundial del Comercio (OMC). El principal destino fue Japón (28,4%), seguido de la Unión Europea (20,9%). Ese mismo año, Irán importó 38.238 millones de dólares. Ningún país de la región aparece en ninguna de las dos listas.
En 2007, Irán exportó 86.000 millones de dólares, pero ninguno de sus "hermanos" latinoamericanos, como los ha llegado a calificar alguna vez, ni siquiera Venezuela, estaba entre los cinco primeros destinos (Japón, China, la Unión Europea, Emiratos Árabes e Irak).
A quien sí le incomoda que se sigan estrechando los lazos entre Irán y América Latina es a Estados Unidos, que, en diversas ocasiones, ha criticado el acercamiento y reclamado a los Gobiernos de estos países que cumplan las sanciones impuestas por la ONU a Teherán debido a su programa nuclear.
"Irán encuentra en América Latina una forma de demostrar que puede expresarse a nivel internacional; es una manera de actuar contra nosotros", aseguró el pasado mayo Thomas Shannon, secretario de Estado y responsable de las relaciones entre Washington y América Latina. El diplomático reconoció entonces que la mayor preocupación de su país es que Irán "mantenga esa capacidad en América Latina como una amenaza contra nosotros en caso de que haya un conflicto".
Fuente: ElPais