A partir de los sucesivos golpes recibidos por las Farc, en los que su aparato militar, redes de apoyo logístico y de narcotráfico han sufrido daños irreversibles, esa organización ha buscado visibilizarse a través de acciones terroristas que generen impacto, en una equivocada pretensión de llevar al Gobierno a una eventual mesa de diálogo.
La muerte de 14 policías en Caquetá, el ataque a patrullas militares y la activación de cargas explosivas son muestras de esa doble agenda que maneja la organización. Por un lado, el discurso de Cano invitando al nuevo gobierno a dialogar. Por otro, la estricta ejecución del plan “Renacer”, un redireccionamiento de la estrategia fariana, propuesto por el líder guerrillero en 2008, que aun está vigente. En ese documento el jefe insurgente ordena, especialmente, el incremento de campos minados y recomienda su siembra indiscriminada, por los sectores donde transite la fuerza pública. De igual manera exige la utilización de francotiradores, permanentes hostigamientos a patrullas para evitar el combate directo y empleando como máximo tres hombres. Lo cierto es que, para cometer estos actos criminales, en el mismo plan, se habla del empleo de las milicias y del movimiento bolivariano (MB) de las Farc. Estas estructuras, según un manual de la guerrilla titulado “Organización de masas”, deben encargarse de la inteligencia necesaria para propinarle golpes al enemigo.
Para quienes no lo saben, las milicias al igual que el MB, no se uniforman, por lo cual pueden pasar como cualquier parroquiano. Vestidos de civil y mezclados con la población, realizan tareas de inteligencia, se encargan de sembrar minas, hostigar a la fuerza pública y cometer asesinatos selectivos, especialmente en el área rural. Pese a no estar uniformados, son parte fundamental de la guerrilla, tienen entrenamiento militar, están sometidos a su disciplina y estatutos, reciben sus orientaciones y en caso tal, pueden ser “enguerrillerados”, es decir, incorporados de por vida a las filas de ese ejército irregular.
Por encima de las milicias y el MB está el partido comunista clandestino colombiano, más conocido como PC3, una estructura que se constituye en la élite insurgente. A este corresponde determinar qué misiones debe cumplir cada quien. Sus miembros son los responsables del planeamiento de las acciones ordenadas por el Secretariado.
Es finalmente el PC3 quien, desde una posición “invisible”, diseña mefistofélicas acciones que, generalmente, se convierten en un verdadero dolor de cabeza para quienes deben investigar un hecho criminal. Estos selectos miembros de las Farc jamás exponen su integridad, pues se amparan en una compleja estructura diseñada para confundir. De ella pueden hacer parte todo tipo de personajes, desde estudiantes y activistas, pasando por profesionales e incluso funcionarios gubernamentales. Para su actividad están organizados en grupos ejecutivos, direcciones regionales, enlaces directos, hasta llegar al Estado Mayor Central y el Secretariado, todo un entramado que, por su configuración, hace difícil, aunque no imposible, su identidad.
Pero no todo el tiempo los miembros del PC3 logran pasar inadvertidos, es el caso de “Jaime Cienfuegos”, un académico dedicado a reclutar universitarios especialmente extranjeros. Un personaje que se autoproclama “pensador crítico” perseguido por el establecimiento, pero cuyo papel ha ido más allá de simples afinidades políticas. Él, como tantos otros, aprovechaba su condición académica para planear acciones o conseguir apoyos financieros en el exterior, todo en beneficio de la causa armada.
Un claro ejemplo de la eficiencia del PC3 es el caso de Tanja Niemejer, una joven holandesa reclutada a través de organizaciones sociales conectadas a esa estructura clandestina. Esta extranjera aún permanece, contra su voluntad, en el Bloque Oriental bajo el control del 'Mono Jojoy'. Su difícil experiencia ha sido revelada por el analista León Valencia y la exdirectora de Pax Christi Liduine Zumpolle, en un texto recientemente publicado.
Gracias a personajes como “Cienfuegos” y tantos otros del PC3, el peso de la guerra se descarga en la juventud y especialmente en la campesina, esa cuya identidad, hace tiempo, las Farc secuestraron. Aunque sabemos que esa guerrilla pasó de ser un movimiento de autodefensa comunista, de base rural, para constituirse en un gran aparato criminal conformado por individuos provenientes de todos los sectores.
Es urgente que el gobierno nacional rediseñe su estrategia, pues debe evitar que a través de todo ese engranaje clandestino, conformado por milicias, movimiento bolivariano y PC3, las Farc desplieguen un terror que, finalmente, se convierta en una nueva privatización espacial y sicológica de esos territorios que tanto esfuerzo ha costado recuperar, especialmente en el sur del país. Por ahora es evidente que esa guerrilla continuará ejecutando acciones violentas, en grupos pequeños y sin límites humanitarios, en procura de presionar al establecimiento, ya que la fuerza militar que le permitía asestar grandes golpes está disminuida y afectada por ausencia de comunicaciones, mando y control.
Si bien es necesario enfrentar el componente militar guerrillero, se debe generar un esfuerzo especial sobre el PC3, individualizando sus miembros, pues son ellos, por su bajo perfil, quienes están asumiendo la dirección alterna de la organización. Esta labor exigirá todo el profesionalismo de los organismos de seguridad, para no caer en señalamientos equívocos, pues aquí el tema no son mandos medios o caletas, sino una sofisticada red en la cual las Farc han puesto especial cuidado.
La seguridad, inevitablemente, debe seguir siendo un tema de primer orden en la agenda presidencial, máxime cuando se observan nuevos elementos en las filas de las Farc. Se sabe que muchos de sus combatientes se están distanciando de la reorientación política que plantea Alfonso Cano. Varios frentes y bloques acostumbrados a desarrollar prácticas de extorsión y secuestro se están dirigiendo hacia al bandidismo. La participación en el tráfico de drogas ha llevado a pensar a muchos de sus integrantes, que son más importantes los intereses comunes con narcotraficantes y bandas criminales, que el cumplimiento del plan estratégico. Todas estas facciones seguirán quebrantando la débil “unidad” guerrillera, obligando al Secretariado a emplear estratagemas que sugieran eventuales diálogos o negociaciones, con el único objeto de sobrevivir.
Ojalá Cano aclare sus ideas, muchas de las cuales consignará en el libro que, sobre su vida, está escribiendo con ayuda de dos periodistas colombianos. Sin mayores revelaciones, pero que sí promete ser un elemento de propaganda como tantos otros. Veremos qué dice el nuevo texto, aunque en el fondo será un intento por rehumanizar el perfil de un obstinado guerrillero comunista en decadencia. Un escrito que, al final, por el acoso a que es sometido, dejará la sensación de haber sido dictado por un moribundo.
* César Augusto Castaño es historiador militar
Fuente: Semana