Siempre he sostenido que los lugares en los que un periodista corre verdadero peligro son países como Guatemala, como Colombia, en Honduras tras el golpe de Estado o, sobre todo, en los últimos años, en México. No es que en guerras como la de Irak o Afganistán no haya amenazas y riesgos, que los hay, pero son de otra índole.
En países como Irak o Afganistán, o ahora en Libia, el periodista asume riesgos no tanto por lo que pueda contar, sino porque para poder contarlo hay que estar cerca, sobre todo los fotoperiodistas y reporteros gráficos, quienes más arriesgan por la exigencia de su trabajo. Se trata de un riesgo de proximidad, no un riesgo de contenido de sus crónicas.
Salvo en algunos casos muy concretos, en las guerras no se busca a tal o cual periodista. Ni los talibanes ni el régimen de Sadam Hussein ni Al Qaeda ni los mercenarios o las fuerzas gadafistas, persiguen a un periodista con nombre y apellidos específicos. Yo, al menos, nunca ha sentido que nadie me persiguiera por lo que pudiera contar en mis crónicas desde esos lugares.
Pero en países como Guatemala, Colombia, Honduras o México, existe el riesgo del contenido, se persigue y se asesina a los periodistas por las cosas que cuentan. Los periodistas más expuestos suelen ser los que trabajan en medios locales, que denuncian la corrupción y la violencia concretas, no genéricas.
Hace unas horas han aparecido en un parque en el oeste de la capital mexicana los cadáveres desnudos y amordazados de dos periodistas que habían desaparecido el miércoles y que murieron estranguladas. Se trata de Marcela Yarce y Rocío González, quienes trabajaban en la revista Contralínea. Una revista especializada en investigación de casos de corrupción y de crimen organizado. Sus cadáveres han aparecido una semana después de que se encontrara el cadáver de otro periodista Humberto Millán Salazar, director del diario digital A Discusión, secuestrado y asesinado en Culiacán.
México se ha convertido en el país más peligroso del mundo para ejercer el periodismo comprometido, el periodismo de contenido.
En México los periodistas no mueren porque están en medio de la refriega, o porque son capturados por alguno de los bandos en conflicto y los liquidan. En México los periodistas son asesinados porque tienen nombre y apellidos, porque denuncian una realidad concreta que resulta incómoda al crimen organizado y a los políticos y funcionarios corruptos, también con nombre y apellidos. Y en la inmensa mayoría de los casos esos asesinatos acaban archivados tras el velo de impunidad que todo lo cubre, sin que se investigue ni se juzgue a los asesinos.
Los periodistas que trabajan en medios como Contralínea son los verdaderos héroes del periodismo de nuestros días. Pero su muerte nunca aparece en grandes titulares ni tiene una repercusión internacional ni se les organizan multitudinarios homenajes. Y sin embargo ellos son los que dignifican este oficio.
Fran Sevilla es corresponsal de Radio Nacional en América Latina. Puede ser sólo una casualidad, pero son a menudo las casualidades las que confieren valor a determinados momentos. El caso es que este blog se inicia en Perú, tierra de grandes escritores. Para mí es una casualidad porque peruano es uno de mis escritores de culto y aquí escribió una novela que en su día me marcó el rumbo, más incluso que por su contenido, tan bello como duro, por su nombre: hablo de Ciro Alegría y su obra “El mundo es ancho y ajeno”.
Fuente: rtve.es