Hugo Chávez cometió numerosos errores, pero creó una clase política y económica que sin dudas estaría eternamente agradecida a su memoria si no hubiera seleccionado a Nicolás Maduro como su heredero.
Maduro es un desastre. Como presidente encargado incurrió en más pifias que Chávez en sus trece años de desgobierno, que es mucho decir; pero como candidato su conducta fue deplorable. Sus declaraciones, propuestas y conducta fueron un compendio de payasadas.
En consecuencia sus rivales y adversarios en el estado mayor del chavismo deben de estar haciendo una excelente cosecha de sus errores y preparando estrategias que les posibiliten desplazarlo en cuanto les sea oportuno.
Por supuesto que el que presumimos más importante adversario de Maduro, Diosdado Cabello, no quedó atrás. El despotismo y abuso de poder del que hizo gala en la Asamblea Nacional dejó apreciar a los más crédulos que el oficialismo, sin importar tendencias, no respeta para nada los valores democráticos.
Se vislumbra una lucha de extremos. Un populismo exacerbado que motive las pasiones más bajas entre líderes. Ladrar alto, fuerte y morder con furia, son fundamentales para comandar una oligarquía política económica que no quiere perder los privilegios adquiridos a base de engañar y manipular a los que están a favor de una sociedad más justa.
También se pudo valorar, como pocas veces en el pasado, el control que ejerce el ejecutivo sobre los poderes públicos. La conducta de la presidenta del Consejo Nacional Electoral, como la del Tribunal Supremo de Justicia, fue para favorecer únicamente al oficialismo, pero como la voluntad popular se hizo sentir, las esferas más altas del oficialismo debieron aceptar una auditoría que en principio rechazaron.
Maduro aceptó de mala gana un conteo que de resultar a su favor le otorgará la legitimidad que necesita para gobernar un país profundamente escindido.
Es de suponer que sus aliados extranjeros le forzaron a aceptarla y se aprecia por declaraciones del presidente de Chile, Sebastián Piñera, que un número importante de los gobiernos que integran UNASUR, a pesar de que simpatizan con el chavismo, estuvieron a favor de la auditoría, pero sin dejar de reconocer en Maduro el nuevo presidente de Venezuela, algo así como estar conscientes de que no habrá revocación.
Una muestra de la doble moral que ejemplifica la decadencia de valores en nuestro continente.
Maduro no ha dejado de ser procaz y agresivo, aun después de aceptar la auditoría, una actitud contraria a los intereses de un proyecto político que pretende imponerse en un país que está dividido como nunca antes en su historia. Su plan es imitar a Chávez en todo y considera que para lograrlo, es primordial la procacidad en el trato y el lenguaje.
Por supuesto que la división de la nación no es exclusiva responsabilidad del flamante Presidente. Su predecesor fue un generador de tormentas sociales y un odiador de oficio.
Chávez fue el primer promotor de la intolerancia y sectarismo que sufre Venezuela. Sus discursos fueron agresivos y descalificadores de cualquier persona o institución que se opusiera a sus proyectos y su delfín simplemente actúa en consecuencia.
Fue Hugo Chávez, hay que tener eso presente porque hay quienes pretenden encontrar en el difunto virtudes que le faltan a Maduro, quien con la complicidad de Nicolás, Cabello y otros muchos, incluyendo un amplio sector de las Fuerzas Armadas, condujo al país a niveles de corrupción, crispación social, inseguridad pública y una debacle económica que no tienen precedentes en Venezuela.
Por otra parte, numerosos estudiosos de la situación venezolana opinan que si Nicolás Maduro ocupa en este momento la primera magistratura del país no es exclusivamente por consecuencia del fraude ni de los abusos de poder -porque no hay dudas que cualquier candidato oficialista habría ganado gracias al control que sobre los poderes del estado ejerce el ejecutivo- sino porque los Castro lo impusieron, ya que era el único partidario del caudillo muerto que podía garantizar la continuidad de los cuantiosos subsidios de Venezuela a la isla.
El futuro de Venezuela está en juego, pero también el del resto del continente. La democracia es lo único que garantiza libertad y justicia y en consecuencia, progreso económico.
Es necesaria la unidad de la oposición nacional y la solidaridad internacional. Si en el siglo XIX, Simón Bolívar fue el más importante promotor de la soberanía de nuestras naciones, en el XXI se debate en la tierra del Libertador si el modelo político de Fidel Castro, remozado por Hugo Chávez, puede aplastar nuestros derechos ciudadanos, la soberanía de cada uno de nosotros sobre nuestros actos.